Muy devota de Juan Pablo II, que pronto será canonizado, la familia de Ruhama, la pequeña anencefálica llevada en brazos por el papá durante la procesión de las ofrendas: apenas pesa tres kilos; su hermano gemelo, ocho. Pero, con sus 17 meses de deseo de vivir ya ha hecho trizas muchas certezas científicas, visto que habitualmente quienes sufren esta grave malformación congénita ni siquiera llegan a nacer: la tasa de supervivencia es de uno sobre mill y los médicos aconsejan abortar. Para ella la caricia paterna del Papa Francisco, que celebró la misa después e haber recorrido una vez más, ya la cuarta, el paseo marítimo entre la inmensa multitud de jóvenes peregrinos.
La víspera por la tarde, siendo impracticable la explanada de Guaratiba, la ola de Copacabana acogió también la tradicional vigilia de oración. Con extraordinaria rapidez los organizadores lograron trasladar los acontecimientos conclusivos de la JMJ a la playa que, iluminada de mil colores, ofreció la imagen de una catedral a cielo abierto entre la arena y un océano algo menos impetuoso que los lluviosos días precedentes.
Por voluntad de la archidiócesis y de la municipalidad de Río de Janeiro, en el “Campus Fidei” se construirán alojamientos para 20 mil pobres y la cruz de 33 metros levantada en el gran podio papal permanecerá como signo de esta Jornada inolvidable para Brasil y para América Latina.
De nuestro enviado Gianluca Biccini
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