
Al expresar «cercanía fraterna» al patriarca copto ortodoxo Tawadros II y a su comunidad, el cardenal dirige «un pensamiento especial» a los coptos católicos, guiados por el patriarca Ibrahim Sidrak, con su predecesor, el cardenal Antonios Naguib, y a los obispos, sacerdotes y fieles de todas las Iglesias orientales católicas y de la Iglesia latina presentes en Egipto: «El Señor —dijo— los sostenga en la prueba tan dura para toda la nación, confortando a quienes sufren en el cuerpo y en el espíritu, especialmente a los inocentes, y acogiendo en su paz a las numerosas víctimas. Sus lágrimas son las lágrimas de todas las Iglesias orientales diseminadas por el mundo».
El purpurado invita sobre todo a mantener viva la esperanza de que «Egipto pueda experimentar una fecunda primavera de humanidad y de libertad, especialmente religiosa, viviendo en la justicia y en la solidaridad, gracias a la contribución responsable de todos sus habitantes». De aquí el llamamiento a fin de que «se proteja la dignidad de cada persona y de las comunidades, que lo enriquecen en un entramado admirable de religiones, cultura e historia, y la mutua comprensión entre cristianos y musulmanes. Que todos los egipcios, indistintamente, sean ayudados por la comunidad internacional a encontrar los caminos de la convivencia pacífica. Que a cada uno se garantice serenidad, educación, salud, casa y cuanto sea necesario para una vida humana digna de tal nombre».
Retomando la exhortación del Papa Francisco, «quien reza y sufre por Egipto», el cardenal Sandri se une a su «súplica confiada por la amada tierra egipcia», confiando a «Egipto y a todos sus habitantes a la Sagrada Familia, que fue desterrada en esa tierra, considerada a lo largo de los siglos bendita y santa, precisamente por la hospitalidad recibida del Redentor».
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